Hola soy Javier, readaptador físico y experto en técnicas de activación muscular en ACTIVAPRO. Me apasiona estudiar la neurociencia y biología del dolor.
Espero que este artículo ayude a las personas que sufren a diario a entender mejor su dolor.
¿Qué es el dolor?
Un estudio realizado en Estados Unidos en 2016 concluyó que aproximadamente un 20% de los adultos tenía dolor crónico (el equivalente a casi 50 millones de habitantes), de los cuales un 8% tenía dolor crónico incapacitante (cerca de 20 millones).
El dolor crónico es la afección más extendida en todo el mundo, hay más habitantes que conviven con dolor crónico que con cualquier otra enfermedad. Sin embargo, a la mayoría de nosotros nos resulta muy difícil definir el dolor y por qué nos afecta.
Según la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP por sus siglas en inglés), el dolor “es una experiencia sensorial o emocional desagradable asociada a un daño real o potencial en un tejido, o descrito en términos de dicho daño”. Experiencia, daño real o potencial… ¿qué quiere decir esto?
Modelo biopsicosocial
Tradicionalmente se pensaba que el origen de dolor era biológico: el dolor se genera en los sentidos a través de los receptores de dolor, estos receptores envían la información al cerebro y es este quien envía una respuesta dolorosa.
Este modelo está obsoleto; a día de hoy sabemos que la cantidad de dolor que experimentamos no está relacionada directamente con la cantidad de daño que han sufrido los tejidos. Sentimos dolor porque el cerebro, a través de diferentes señales sensoriales (a lo que hay que añadir las emociones, experiencias previas y expectativas), llega a la conclusión de que hay una amenaza y, por tanto, estamos en peligro.
“El dolor es una opinión del cerebro” Ramachandran
A lo largo de nuestra vida se producen muchos cambios en los tejidos que tan solo son resultado del paso del tiempo (por ejemplo, la mayoría de las lesiones de columna como hernias de disco o protusiones) y que no se manifiestan con ningún tipo de dolor. En este caso, no sufrimos dolor porque el cerebro no interpreta estos cambios en los tejidos como amenazas.
¿Cómo actúa el cerebro para elegir entre lo que produce dolor y lo que no?
Para entender el modelo biopsicosocial, debemos tener en cuenta la implicación de las redes de neuronas y los centros de evaluación-respuesta. En el cuerpo hay millones de sensores que se encuentran en las neuronas y que son los encargados de transportar información hacia la médula. Estos sensores suelen estar bastante especializados de modo que cada uno reacciona ante estímulos diferentes. Cuando los sensores reaccionan a un estímulo, envían un impulso eléctrico a la neurona. Estas neuronas, junto a los sensores de la vista, el oído y el olfato, son la primera protección contra un daño potencial.
“Muchas y variadas señales pueden relacionarse con la experiencia de dolor, pero es el cerebro el que decide si algo duele o no.” Butler & Moseley
Sin embargo, la vida de un sensor es corta, tan solo de unos pocos días, y después este es reemplazado por otro sensor nuevo, de modo que nuestro nivel de sensibilidad cambia continuamente. Los tipos de sensores nuevos que creamos dependen de nuestras necesidades de supervivencia, por lo tanto, si tu cerebro cree que lo mejor para tu supervivencia es aumentar la sensibilidad, puede crear más canales, lo que se traduce en que tú acabas siendo más sensible al dolor.
Aunque el dolor surgiese en los tejidos, hasta que no llega al cerebro no se transforma en un dolor “consciente”. Esa consciencia es la que hace que el cerebro le otorgue una intensidad determinada en base a la información que recibe y a factores psicoemocionales y envíe una orden a través de las vías descendientes hacia las zonas de dolor. En resumen, la parte biológica genera unas señales de posible daño que viajan hasta el cerebro, donde se activan una serie de mecanismos de inhibición o amplificación de la señal de daño, dependiendo del grado de “consciencia del dolor” que tengamos.
Esto nos lleva a la fórmula del dolor: “Tendrás dolor cuando tu cerebro concluya que existe más evidencia creíble de PELIGRO relacionado con tu cuerpo que evidencia de SEGURIDAD relacionada con tu cuerpo”.
“En el 100% de las ocasiones el dolor se construye en el cerebro” Lorimer Moseley
¿Qué es la nocicepción?
Podemos describir la nocicepción como el proceso a través del cual nuestro sistema nervioso es capaz de detectar un peligro potencial y de enviar esta información hacia el cerebro (señal nociceptiva, no de dolor). Sin embargo, el dolor es una decisión del cerebro basada en la percepción de amenaza según muchas variables, no solo la nocicepción.
Los sensores que captan el peligro son los llamados nociceptores y están actuando todo el tiempo, pero tan solo en contadas ocasiones la nocicepción deriva en dolor. Por ejemplo, algunos pensamientos pueden activar las señales de alarma directamente en el cerebro sin que se dé en absoluto nocicepción, por lo tanto esta no es ni suficiente ni necesaria para que el dolor se manifieste.
El objetivo del dolor no es hacernos conscientes de que existe un daño en el tejido, sino fomentar comportamientos de protección. Por tanto, el dolor protege de la amenaza “percibida” y esta percepción del cerebro puede ser, a veces, incorrecta. Para tomar la decisión de “producirte” dolor, el cerebro integra toda la información sensorial que recibe, además de tener en cuenta experiencias ya vividas, procesos de razonamiento, contexto, emociones e incluso las posibles consecuencias de la respuesta.
¿Cómo afecta el dolor a nuestro cuerpo?
Ya tienes más información sobre qué es el dolor, pero ahora vamos a ver para qué sirve. Como hemos visto, el dolor tiene un objetivo general: proteger al cuerpo de una amenaza o potencial amenaza; para llevar a cabo esa protección, el cerebro provoca algunos cambios en la manera habitual de realizar una tarea, como por ejemplo, quitándole estrés mecánico a un tejido lesionado o amenazado.
Ante una amenaza, el cerebro activa distintos sistemas que funcionan conjuntamente para librarte del peligro. En el caso de tener una lesión en los tejidos por ejemplo, el cerebro provoca una inflamación, que directamente activa los sensores de peligro y aumenta la sensibilidad de las neuronas. Si el dolor persiste, el sistema de alarma de peligro se hace aún más receptivo, por lo que probablemente seamos más susceptibles de sentir dolor.
En los casos en los que este dolor es agudo, el sistema nervioso tiene tres estrategias para protegerse de la amenaza real o potencial que le llega:
Puede reducir el rango de movimiento que es capaz de generar esa parte del cuerpo que está amenazada
Puede disminuir la cantidad de fuerza que podemos aplicar con esa zona afectada.
Puede enviar una mayor sensación de fatiga que nos disuadan de mover esa zona amenazada.
En conclusión, el dolor es multifactorial, pero podemos influir sobre nuestro cerebro (lo veremos en otro artículo) para modular esos sistemas de protección. Como hemos explicado, el dolor nos limita, por ejemplo, en lo referente al grado de fuerza o al rango movilidad y nos hace más vulnerables a sufrir más daño, por lo que a la hora de volver a entrenar o hacer cualquier tipo de actividad física, es necesario preparar nuestro cuerpo para que vuelva a ser capaz de tolerar las cargas de entrenamiento. Entrenar con dolor, hacer yoga con dolor o incluso caminar con dolor no es normal y podemos corregirlo.
Bibliografía:
– Babatunde, O.et al (2017). Effective treatment options for musculoskeletal pain in primary care: A systematic overview of current evidence. PLOS ONE, 12(6)
– Butler D, Moseley L. Explain Pain. Noigroup Publications (2010).
– Dahlhamer, J., Lucas, J., Zelaya, C., Nahin, R., Mackey, S., DeBar, L., Kerns, R., Von Korff, M., Porter, L., & Helmick, C. (n.d.). Prevalence of Chronic Pain and High-Impact Chronic Pain Among Adults – United States, 2016. MMWR-MORBIDITY AND MORTALITY WEEKLY REPORT, 67(36), 1001–1006.
– Goicoechea, A. (2011). Migraña: una pesadilla cerebral (2a. ed.).
– Neuromuscular deficits after peripheral joint injury: A neurophysiological hypothesis. ARTICLE in MUSCLE & NERVE · SEPTEMBER 2014 DOI 10.1002/mus.24463